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La corrupción nuestra de toda época, por Arturo Maldonado

La corrupción nuestra de toda época, por Arturo Maldonado

A finales del 2000 los peruanos empezamos a ver las entrañas de la corrupción registradas en video. En estos registros vimos desfilar por la sala del SIN a empresarios y políticos. En estos días, casi dos décadas después de ese destape, seguimos en las mismas. Hasta el momento han caído dos personas, los llamados “peces chicos”. Los ciudadanos estamos a la espera de que la justicia llegue hasta los “peces gordos”, políticos y empresarios por igual.

La corrupción en el Perú es histórica. Alfonso Quiroz lo documentó exhaustivamente en su libro “Historia de la corrupción en el Perú”. Este autor propone que el Estado Peruano fue construido para ser funcional a la corrupción. El Estado se convierte en la contraparte de grupos económicos poderosos, quienes son los principales favorecidos de los recursos de la corrupción. A lo largo de la historia siempre ha habido empresarios dispuestos a hacer negocio fácil e ilícito a costa del Estado, manejado por militares antes y políticos inescrupulosos después. La historia pasa, pero los personajes se reproducen con similitud.

Desde una perspectiva económica, destacan dos interpretaciones acerca de cómo la corrupción afecta el desarrollo económico de los países. Una versión indica que la corrupción varía negativamente con los niveles de prosperidad económica. El desarrollo económico debería emparejarse con desarrollo político, con rendición de cuentas claras y transparencia, lo que crearía desincentivos para el accionar de los corruptos y corruptores. En el Perú de las últimas décadas parece que esto no sucede. El crecimiento económico no se ha traducido en menor corrupción. Por el contrario, la riqueza generada parece que aumenta la tentación de la coima y las componendas entre agentes privados y funcionarios públicos.

Es aquí donde la segunda interpretación de la relación entre economía y corrupción puede emerger peligrosamente. Esta hipótesis indica que mayores niveles de corrupción varían positivamente con el crecimiento económico. El dinero de la corrupción ayudaría a mover una burocracia rígida, empantanada en procedimientos, licencias, firmas, fotocopias, vistos buenos y reglamentos. La corrupción sería la grasa que aceita la maquinaria estatal.

Esta interpretación es peligrosa porque puede calar entre la élite empresarial y entre los propios ciudadanos. La corrupción sería consustancial al sistema. Los empresarios la podrían incluir dentro de sus cálculos presupuestales y hasta crearían oficinas para lidiar con estos afanes, como la llamada Oficina de Operaciones Estructuradas de Odebrecht, que era la oficina oficial que se encargaba de las coimas. Mientras la corrupción sea predecible, se sepa a quién coimear y que esta persona garantice el negocio, no habría problema, la inversión prosperaría y el negocio fluiría. Habría problema si la corrupción se descontrola y no se pueda predecir el costo para incluirlo en el presupuesto.

Desde esta perspectiva, la percepción entre los ciudadanos que se forjaría (o que ya se forjó) es que la corrupción se puede tolerar siempre que haya crecimiento. Roban pero hacen obra. Así, para garantizar los proyectos de inversión solo hace falta un funcionario que facilite el arreglo bajo la mesa. Luego viene el contrato, la obra, los millones de inversión, los puestos de trabajo conexos y unos puntos del PBI. Todos felices.

El mayor problema ocurre cuando el crecimiento y la bonanza se agotan. Para los ciudadanos, luego de la anestesia del consumo, vendrá la triste realidad del robo, de lo que se pudo hacer con esos millones perdidos. Se buscará repartir culpas tardíamente. No se criticará el propio comportamiento.

Los empresarios, si finalmente no hacen un acto de enmienda buscando ser verdaderas élites, seguirán esperando la próxima bonanza y el próximo funcionario corrupto de turno. Así fue en el pasado. ¿Será así en el futuro? Depende de ellos mismos.

Fuente El Comercio

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