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Corrupción y poder, por Alfredo Torres

Corrupción y poder, por Alfredo Torres

Hace un año, poco antes de Navidad, estalló el escándalo Odebrecht al revelar el Departamento de Justicia de Estados Unidos que la constructora brasileña había pagado sobornos en 12 países de América Latina y África desde el 2004. La noticia trajo al Perú la investigación conocida como Lava Jato, que permitió descubrir en Brasil una enorme red de corrupción que se inicia cuando Luiz Inácio Lula da Silva llega a la presidencia en el 2003 y monta un sistema, a través de sobornos pagados por la empresa estatal Petrobras a Odebrecht y otras constructoras brasileñas, para financiar el Partido de los Trabajadores (PT) y expandir sus negocios en el mundo.

Un año después, el país observa apesadumbrado que ex presidentes, líderes de todo el espectro político y empresarios destacados están envueltos en una deprimente trama de corrupción que pone en riesgo la continuidad del propio sistema democrático. Y lo peor es que el drama tiene para largo. Ya se sabe que otra empresa brasileña –Camargo Correa– también habría coimeado a Alejandro Toledo y que otras tres empresas del mismo origen habrían pagado igualmente sobornos a autoridades políticas y municipales en el Perú.

El gran historiador Jorge Basadre escribió al final de sus días un ensayo que tituló “Sultanismo y corrupción en el Perú republicano”, en el que decía que la propensión de los gobernantes a sentirse por encima de la ley, al estilo de un sultán otomano, y la desmedida ansiedad por obras públicas de escala monumental, como si fuesen la llave para el progreso, eran las principales causas de la corrupción en el Perú. Los símiles entre la construcción de ferrocarriles durante la era del guano –que Basadre estudió– y la Interoceánica de Toledo, durante la bonanza de los altos precios de los minerales, saltan a la vista.

Alfonso Quiroz dice en su libro “Historia de la corrupción en el Perú” que “la historia del Perú ha sido en parte la historia de sucesivos ciclos de corrupción, seguidos por períodos sumamente breves de reforma anticorrupción”. Quiroz falleció prematuramente en el 2013. Si hubiese vivido para ver el escándalo Lava Jato, habría confirmado su tesis. La breve reforma anticorrupción que impulsó Valentín Paniagua en el gobierno de transición fue vilmente traicionada por su sucesor.

Quiroz sostiene que las mayores fuentes de corrupción en el Perú han sido la compra de armas, el contrabando, la deuda externa, los controles de cambio de moneda, los permisos gubernamentales, las obras públicas y el narcotráfico. Señala también que la mayor corrupción se dio siempre en regímenes autoritarios y que las compras de votos fueron el mecanismo por el cual políticos venales se hicieron del poder en etapas democráticas.

En las últimas décadas, los acuerdos de paz han permitido reducir el siempre turbio gasto militar y el modelo económico vigente, las oportunidades de corrupción vía contrabando, deuda externa y cambio de moneda, pero subsisten como fuentes de corrupción los permisos gubernamentales, las obras públicas y el narcotráfico. Para combatir la corrupción en los permisos gubernamentales existe amplia evidencia internacional de que la simplificación, la digitalización y la eliminación de barreras son el camino. Para las obras públicas, la clave está en las licitaciones. Es inadmisible, por ejemplo, que el gasoducto del sur fuese adjudicado eliminando a última hora a un contendor, de forma que Odebrecht fue el único postor.

El narcotráfico, sin embargo, es la fuente de corrupción más difícil de combatir en la actualidad, pero el punto de partida está claro: es fundamental impedir decididamente su participación en política. Los congresistas que están debatiendo la reforma electoral no pueden seguir mirando de soslayo ese riesgo. Es indispensable que la inversión y el gasto en las campañas se vuelvan absolutamente transparente y acotado. De lo contrario, las próximas elecciones no serán financiadas por constructoras brasileñas sino por violentos narcotraficantes.

En lugar de seguir cuestionando a fiscales y jueces o de seguir buscando la paja en el ojo ajeno, los políticos más responsables deberían aprovechar las fiestas de fin de año para releer a Basadre en “La promesa de la vida peruana”, en particular la parte en la que critica duramente a lo que llamaba los podridos, los congelados y los incendiados; y reflexionar dónde se ubican al respecto: “Los podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los congelados lo ven como un páramo; y los incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata. Toda la clave del futuro está allí: que el Perú se escape del peligro de ser una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una fogata. Que el Perú no se pierda por obra o la inacción de los peruanos”.

Fuente El Comercio

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