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La modernización de la corrupción por Alberto Adrianzén

La modernización de la corrupción por Alberto Adrianzén

Cuando estudié en México, hace algunas décadas, tuve la suerte de tener como uno de mis profesores a Arnaldo Córdova, en esos momentos (murió en el 2014) uno de los más importantes intelectuales de ese país, cuyo gran aporte fue ofrecerles a los mexicanos, y a los latinoamericanos también, una nueva interpretación de lo que era hasta ese entonces la versión oficial de la Revolución Mexicana. En una de sus clases, lanzó una frase que pese a los años transcurridos siempre recuerdo: “La savia del sistema político mexicano es la corrupción”.

Seguramente para algunos esta frase es bastante obvia si se toma en cuenta el reciente escándalo en el que están involucradas varias empresas brasileñas (Odebrecht, OAS, Camargo y Correa), algunas empresas peruanas y la casi totalidad de la clase política, con los tres últimos presidentes, Toledo, García y Humala, encabezando la lista de sospechosos. Y si a ello le sumamos al ex presidente Alberto Fujimori, ya condenado por hechos de corrupción, se podría decir que en el Perú, hace muchos años, la corrupción es pan de cada día.

Sin embargo, quisiera introducir una variante en la reflexión: en qué momento el Estado deja de ser solamente un botín que es saqueado cada cierto tiempo, y se convierte en un espacio privilegiado en el cual, a través de “negocios legales”, leyes y normas, la corrupción aparece como la manera en la que opera y se organiza el Estado. Dicho de otra manera, en qué momento la corrupción se convierte en la savia que mueve y da vida al Estado.

Corrupción en el país siempre ha existido. El libro del historiador Alfonso Quiroz “Historia de la corrupción en el Perú” da cuenta de este fenómeno a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, la pregunta sigue en pie: en qué momento se convierte en una práctica sistemática y organizada, es decir, en un saqueo permanente de nuestras riquezas y que no solo corrompe al Estado sino también a la vida política y social.

Se podría decir que el antecedente de esta nueva situación fue el primer gobierno de Alan García, sin embargo el “privilegio” de construir y organizar al Estado corrupto y corruptor lo tiene Alberto Fujimori que edificó en la década de los noventa no solo un régimen autoritario sino también un Estado que se organizaba en torno a la corrupción.

Es cierto que una de las figuras centrales fue Vladimiro Montesinos, sin embargo, creo que fue la punta de un iceberg que escondía, acaso por la espectacularidad de los famosos vladivideos y las montañas de dinero que entregaba, el funcionamiento de este Estado corruptor que fue organizado bajo una premisa que hoy casi da risa: “el viejo Estado es corrupto” y por tanto debe ser reducido a su mínima expresión para crear un nuevo Estado.

Bajo esta idea, que se extendió rápidamente en nuestra región y que fue avalada por algunos organismos internacionales, la economía se desreguló, el Estado se achicó, los contratos con los privados y de estabilidad tributaria se convirtieron en ley, algo sagrado, pese a que se les podía modificar al antojo del cliente. La idea de que el mercado y los empresarios, libres de ataduras, con un Estado enclenque y miope, era la mejor receta para desarrollarnos ha fracasado. Y la tesis de la “tramitología” como base de nuestros problemas es un rezago de esta visión.

Sin embargo, contrariamente a lo anunciado, este nuevo Estado lo que ha permitido en todos estos años ha sido la construcción de redes sociales ligadas a la corrupción. Orellana es un buen ejemplo, como también lo es el caso Odebrecht y las inmensas fortunas surgidas en estos años jamás explicadas y sí permitidas. Redes en las que participaban partidos, políticos, empresarios, jueces, fiscales, policías, medios de comunicación, autoridades políticas, los poderes fácticos, etc., que se movían de un gobierno a otro, y en las que el “personal” se reclutaba a lo largo del tiempo para convertirse en verdaderas mafias con capos y todo, enquistadas en instituciones y espacios claves. Dicho de otra manera, lo que más se ha modernizado en nuestro país han sido, por un lado, la corrupción, y, por el otro, la delincuencia. Caras de una misma medalla.

Hoy el Perú está a punto de estallar. El velo que cubría la corrupción, finalmente, y así esperamos una gran mayoría, ha sido levantado. Por ello, lo que tenemos que hacer es impedir la impunidad y los arreglos bajo la mesa que son los que permiten esa impunidad, que es lo que hoy quisiera la mayoría de la clase política, empresarial y una burocracia estatal corrompida, y en especial los fujimoristas y los apristas. Sé que el camino no será fácil, pero es el único que tenemos por delante, que es hacer justicia y fundar una nueva política. Y si no lo seguimos, la otra posibilidad es terminar siendo un “Estado fallido”.

Fuente La República

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